domingo, 4 de abril de 2010

Mèxico y sus ruinas ... permanente sorpresa ...


Decìa Lalo Barky, un terapeuta amigo, que si uno està atento, todos los dìas vive un pequeño milagro.
Creo que nosotros vivimos el nuestro este sàbado pasado.
En este devenir del negocio que hacemos, conocer personas, convivir con ellas y conocer un poco de sus vidas, es algo cotidiano. En cada una de ellas uno puede descubrir preciosos y sorprendentes “interiores humanos”.
El sàbado temprano partimos rumbo a un paraje llamado Piedra Parada, en el Estado de Mèxico al nor-oeste de donde vivimos, a unas tres horas, ya bien entrado en la sierra. Ahì una pareja de mèdicos jóvenes que estàn instalados casi en medio de la nada con una farmacia, tres hijos y mil ilusiones, nos abrieron no sòlo las puertas de su casa, sino su corazón.
Ellos estàn edificando allì su casa nueva, en el segundo piso de un edificio que ya està en pie, con techos y paredes levantadas. En el piso de abajo, lo que serà la farmacia, los consultorios y demàs anexos. La aspiraciòn es una clìnica propia.
Es cierto que en Mêxico vive gente en los lugares màs insòlitos, y este no es la excepciòn, pero realmente, no es un pueblo esto, sino un paraje que seguramente esconde gente entre sus vericuetos, cerros, cañadas y laberìnticos caminos de montaña.
Antes que nos dièramos cuenta nos estaban mostrando su obra en construcciòn con una humildad y sencillez digna de ser aprendida.
En cuanto terminamos de asombrarnos de la postal que el paisaje nos regalaba desde cada abertura de futuras ventanas, ya estaba tendida una mesa rùstica en medio de lo que a futuro serà la sala de espera. Allì posaron tres platos enormes repletos de fruta recièn cortada, las manos de una muchacha serrana que los ayuda en los quehaceres … tambièn unos sopes caseros deliciosos. Aunque no era la idea desayunar o almorzar con ellos, no podemos negar que nos supieron a gloria.
Hablando de todo un poco, nos enteraron de que a 10 minutos de allì habìan unas ruinas que no podìamos dejar de conocer. Ellos mismos encabezaron con su camioneta el recorrido y nos llevaron a lo que fuè “la primer siderùrgica de Latinoamèrica”, ubicada en una hacienda edificada en 1533.
Se llega dejando la ruta asfaltada y transitando un buen tramo por una calle polvorienta, seca y rocosa que no me inspiraba ni la menor confianza, porque, por supuesto, todo era en medio de la montaña.
Llegando a la hacienda, vimos que allì sòlo quedan ruinas, aunque hasta mediados del siglo pasado estuvo habitada y la conservaron bastante. Edificada en piedra, en un enorme terreno a la orilla de un rìo que desde antes que ella, brinca y brinca en mil piruetas. Por las ventanas ruinosas se nota que fuè un edificio de tres pisos, cuyos techos ya han caìdo al suelo. Tiene un tùnel que dicen, lo habitan murciélagos. Una especie de pileta rectangular de piedra tallada a punta de quièn sabe què herramienta, se ha quedado mustia en medio del patio donde, tambièn dicen, llegaban las mulas cargadas de material de la mina que estaba allì cerca.
El sol del mediodìa caìa implacable sobre nosotros que haciendo equilibrio entre las piedras, todo querìamos ver. Los jóvenes anfitriones estaban encantados de mostrarnos la historia de este Mèxico que no logra nunca colmar nuestra capacidad de asombro. Una historia que sigue en pie a pesar de los años, y hasta un poco viva todavía, en esas piedras enormes sobre la que fuè construìda. Porque acà todo es piedra, todo parece haber sido hecho para quedarse para siempre … què bueno que asì sea, porque realmente, vale la pena mirarla … descubrirla … disfrutarla … y dejar que los ojos la guarden y que el corazón se impregne de tanto paisaje, de tanta cultura, de tantas vivencias que Dios nos regala.

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