jueves, 4 de febrero de 2010

El "escaudalet"

El “escaudalet” …

Hace frìo en Cuernavaca, mucho frìo … y llueve desde hace dos dìas sin parar, dìa y noche. En ocho años que estamos aquì, nunca vimos llover en febrero.
Hace frìo y no estamos preparados para eso, no tenemos calefactor ni nada de eso. Nos abrigamos y sentimos que tenemos el cuerpo frìo … la nariz frìa … no nos alcanza el abrigo en la cama.
Y de pronto … se me vino a la mente el “escaudalet” como onomatopèyicamente llamaba mi abuelita (o al menos asì lo recuerdo yo), a esa especie de olla de bronce, con un mango de hierro, con un fondo convexo, a la que ella le ponìa brasas de la cocina de leña.
Entonces, sentada a la mesa esta noche, pierdo la mirada en el vacìo y me transporto a una noche de invierno en “el campo”, como llamàbamos a la casa de mis abuelos maternos, italianos del Piamonte, venidos a “hacer la Amèrica”, allà por 1923 … “hacer la Amèrica y volver …”, deseo etèreo de todos los inmigrantes tanos. Nunca hicieron la Amèrica y nunca volvieron.
Pero el tema era la noche de invierno. Sì que hacìa friò en La Pampa en julio … y cuànto frìo. Frìos de varios grados bajo cero convertìan en escarcha los bebederos y blanqueaba el rocìo sobre el pasto. Y por las noches, el frìo pedìa permiso para entrar en la casa y quedarse a pasar la noche con nosotros. Y no habìa calefactores. Y no pasaba nada … es decir, lo que igual pasaba era el invierno y nosotros con èl como una compañìa natural.
Recuerdo que cuando se hacìa la noche, se cerraba la puerta de la cocina que daba a la despensa, y tambièn la que daba a la pieza de mis abuelos, donde yo y Susana, mi hermana, tenìamos cada una su catrecito para dormir, junto a la cama de mis abuelos.
Despuès de cenar y de escuchar Los Pèrez Garcìa y Felipe, en la radio con “acumulador”, mis abuelitos se sentaban cada uno en su silla y sillòn, al lado de la cocina a leña. Susana y yo en medio. Yo en mi sillita azul y Susana en su sillita amarilla, las que habìa hecho mi abuelito especialmente para nosotras.
Mi abuelo fumaba su pipa, mi abuela contaba cuentos … Nosotras gozàbamos de esos momentos. Bueno, yo màs que Susana, que a esa hora extrañaba y lagrimeaba, aunque decìa que “el humo le hacìa mal en los ojos”.
De vez en cuando, mi abuelita ponìa unos cuàntos marlos en la cocina y asì avivaba el fuego y mantenìa el calor. No pasaba màs de una hora y ya habìa que irse a dormir. Entonces era cuando aparecìa el “escaudalet” o scalda letto (quizà asì se escriba en italiano) y lo que yo recuerdo sea una fonètica piamontesa usada para nombrarlo, y en èl ponìa mi abuela los marlos encendidos para calentarlo.
Y nos ìbamos a la pieza (no le decìamos ni dormitorio, ni cuarto, como elegantemente se les llama ahora).
Habìa un ritual a esa hora: hacìamos pis en una escupiderita blanca enlozada que descansaba comedida sobre un cuerito de cordero para que nuestros piecitos no se enfriaran en el piso de ladrillo.
Mientras tanto, mi abuelita pasaba el “escaudalet con las brasitas dentro sobre las sàbanas de nuestros catrecitos. Las sàbanas estaban hechas con dos bolsas de harina unidas al medio. Sobre ellas, un acolchado de lana que habìa esquilado mi abuelo y lavado y escardado mi abuela … en la cabecera, una almohada de plumas elegidas cuidadosamente entre las màs suaves, por las propias manos de mi abuela. Es decir … todo muy casero … todo fato in casa.
Una vez calentado ese nidito amorosamente hecho “a mano” (los catrecitos de alpillera los habìa hecho mi abuelito) … entonces nos metìamos dentro … mi abuelita nos tapaba hasta las orejas, nos daba un beso, nos hacìamos “la señal de la cruz” … decìamos con ella “con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Vìrgen Marìa y el Espìritu Santo”. Bajaba de una repisa mi abuelita el “Dios Chiquito”, lo besàbamos … volvìa el Dios Chiquito a su repisa y la abuelita a su cama.
Leìa ella en voz alta, las noticias del diario La Reforma de cuatro o cinco dìas atràs que habìa traìdo esa tarde del pueblo (junto con nosotras). Eran noticias de cosas que habìan pasado a una legua de esa casa del campo y hacìa ya muchos dìas, pero para mi abuelo eran las “ùltimas noticias”. Èl las escuchaba atento mientras fumaba su ùltima pipa, acabada la cual, la apagaba en una sartèn con cenizas que tenìa debajo de la cama.
Se apagaba con un soplido fuerte la làmpara de querosene que estaba sobre la mesa de luz de mi abuelita, y “hasta mañana … que sueñen con los Angelitos”.
Y soñàbamos con los Angelitos … porque no habìa otra cosa son què soñar, sobre todo, después de haber vivido un dìa como esos que sòlo pueden vivir dos nenas de 4 ò 5 años que inventàban los juguetes con latitas, trapos, piedras y maderas … que tenìan una hamaca en medio de dos paraísos hecha con dos maneas y una tablita, que las llevaba del cielo a la tierra … que le dàban de comer a las gallinas y a la tardecita juntàban los huevos… que brincaban entre las acequias de la quinta por donde corrìa el agua con que el abuelito regaba los almàcigos …
Esas nenas que èramos nosotras tuvimos el privilegio de tener una niñez sencilla, en esa casa sencilla, con esos abuelitos inolvidables que nos dejaron un imborrable recuerdo al que recurrimos cada vez que el alma necesita un cariñito.

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